8 de agosto de 2022

Cecilia Rosales Marsano, Mendoza, Argentina
Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires
Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas
Comunidad de Educadores de la Red Iberoamericana de Docentes.

We didn’t choose this place! We didn’t choose these people! They were invited!
Steven Spielberg

En la post pandemia se verifica un efecto rebote después del encierro por lo que retornamos con entusiasmo a las aulas, donde podemos interactuar personalmente. Sin embargo durante la pandemia el entorno virtual se ha vuelto cotidiano por lo que es de esperar sus integrantes pueden relacionarse de verdad.

A pesar del agobio, cansancio, frustración y cierta impotencia generada en los jóvenes, y no tan jóvenes, por estar inmersos y viviendo en la dimensión virtual, debemos reconocer que muchas personas aún no han recuperado totalmente la capacidad de socializar.

Por este motivo en la medida que se supera de a poco el impacto psicológico y social que causó el COVID, todo parece indicar que el retorno a las aulas es estimulante dejando atrás, para bien o para mal, muchos de los usos y costumbres que se desarrollaron durante la pandemia.

Sumando a esto el desarrollo del trabajo virtual, que será el contexto en que se tendrán que desenvolver los actuales estudiantes como futuros profesionales, no podemos imaginar ni permitir que todo vuelva a ser igual que antes de la pandemia, por lo que se deberá ir alcanzando paulatinamente un equilibrio entre lo virtual y lo presencial en el tiempo.

En particular en la Argentina no nos fue tan mal con la pandemia, no por ser los mejores, ni tener un Papa que reza por nosotros, sino porque los intérpretes de la educación hemos desarrollado una sobreadaptación a las transformaciones impuestas desde fuera del sistema.

Esto es así porque si bien los cambios en las prácticas, usos y costumbres educativos se deben reflejar en adecuaciones en su reglamentación, éstas deberían ser consensuadas.

Como en esta latitudes estamos acostumbrados a que, de rompe y raja, desde arriba y sin consenso se transmuten las reglas, la modificación impuesta por la pandemia y su virtualidad, no nos alteró demasiado.
El encuentro físico en el aula, los momentos compartidos entre pares y con el docente da lugar a otro tipo de comunicación donde intervienen la mirada, la gestualidad, las sensaciones e impresiones, provocando una experiencia diferente, directa porque no está modulada por la tecnología.

La educación luego de la pandemia vuelve el match cara a cara. Claramente el contacto humano y la posibilidad de captar el lenguaje no verbal forma parte de la sorprendente nueva normalidad. No debemos pasar por alto que la naturaleza humana se ha desarrollado a partir de la convivencia real por lo que resulta necesario recuperar la cercanía física con el otro, con toda la riqueza afectiva que implica este encuentro.

En este sentido la pandemia y el aislamiento preventivo provocaron el uso masivo de la modalidad virtual que, de pronto, se encontró integrada a lo cotidiano ejerciendo su influencia. Entonces para muchos el uso de la computadora personal se intensificó provocando la saturación. Por encima de la más o menos exitosa implementación de la educación virtual y sus ventajas, los jóvenes por su marcado instinto gregario prefieren interactuar con sus pares en forma real. En consecuencia en la post pandemia se verifica un efecto rebote después del encierro, que se presenta con muchas ganas de encuentros presenciales, de salir, de moverse por lo que retornaron con mucho entusiasmo a los centros educativos y a las aulas, que volvieron a ser el escenario donde sus integrantes pueden relacionarse de verdad.

A pesar del agobio, cansancio, frustración y cierta impotencia generada en los jóvenes, y no tan jóvenes, por estar inmersos y viviendo en la dimensión virtual, debemos reconocer que muchas personas aún no han recuperado totalmente la capacidad de socializar. Al margen, los mayores le hemos encontrado el gusto a la vida puertas adentro, en soledad y libertad de hábitos, en particular no andamos con ganas de trasladarnos, ni con ganas de sacarnos las pantuflas para dar clases. Entre otras ventajas también podemos mencionar que evitamos el encierro en las aulas, sobre todo en épocas invernales cuando proliferan las enfermedades respiratorias.

En cuanto a los profesores entiendo que la retroalimentación de la presencialidad es motivadora y las charlas casuales que pueden entablarse permiten conocer e incentivar los intereses, individuales y comunes del grupo, en torno a la asignatura. Se puede empatizar, lo que otorga al docente la oportunidad de capitalizar esta energía en pos de los objetivos académicos.

Entonces si ponemos en la balanza los pro y los contra de la virtualidad, parecería que la mayoría de los actores prefieren asistir a los centros educativos. Por este motivo en la medida que se supera de a poco el impacto psicológico y social que causó el COVID, todo parece indicar que el retorno a las aulas es estimulante dejando atrás, para bien o para mal, muchos de los usos y costumbres que se desarrollaron durante la pandemia. Dicho de otro modo, después de aquella foto de encierro e incertidumbre, parece que la rutina retorna a ser como era antes.

Sin embargo no debemos olvidar que estamos inmersos en un ecosistema tecnológico y muchas personas que no comulgaban con éste al inicio del aislamiento, a la fuerza tuvieron que adaptarse. Ahora se le da más cabida a la virtualidad, incluso en ocasiones se exige, por ejemplo para los trámites administrativos. Sumando a esto el desarrollo del trabajo virtual, que será el contexto en que se tendrán que desenvolver los actuales estudiantes como futuros profesionales, no podemos imaginar ni permitir que todo vuelva a ser igual que antes de la pandemia, por lo que se deberá ir alcanzando paulatinamente un equilibrio entre lo virtual y lo presencial en el tiempo.

Otro aspecto a considerar es la rapidez con que los actores de la educación tuvimos que adecuarnos a la nueva realidad, sin paralizarnos, ni contar con los medios adecuados. En particular en la Argentina no nos fue tan mal con la pandemia, no por ser los mejores, ni tener un Papa que reza por nosotros, sino porque los intérpretes de la educación hemos desarrollado una sobreadaptación a las transformaciones impuestas desde fuera del sistema. Esto es así porque si bien los cambios en las prácticas, usos y costumbres educativos se deben reflejar en adecuaciones en su reglamentación, éstas deberían ser consensuadas. Pero en este país la normativa se modifica por antojo de un grupo de iluminados quienes se sienten poseedores de la sabiduría para desterrar de un plumazo, y desde el escritorio, todos los males de la educación. Lamentablemente en muchas ocasiones realizando una mera copia de un modelo exitoso externo que se extrapola a nuestras tierras sin la menor adaptación cultural. Como en esta latitudes estamos acostumbrados a que, de rompe y raja, desde arriba y sin consenso se transmuten las reglas, la modificación impuesta por la pandemia y su virtualidad, no nos alteró demasiado.

En conclusión la convivencia entre la realidad y la virtualidad en el ámbito educativo parecería ir logrando un equilibrio con un margen de posibilidades, aunque podríamos arriesgar que se irá tendiendo hacia la segunda, considerando que ya fue en gran medida adoptada en el ámbito laboral. Lo cierto es que el efecto encierro hizo aflorar y valorar la felicidad y alegría que traen los encuentros y reuniones con los pares, el poder expresar los sentimientos y afectos no por zoom u otra plataforma. El encuentro físico en el aula, los momentos compartidos entre pares y con el docente da lugar a otro tipo de comunicación donde intervienen la mirada, la gestualidad, las sensaciones e impresiones, provocando una experiencia diferente, directa porque no está modulada por la tecnología. En definitiva poder empatizar y sintonizar con el otro.